Padre, ya no ruego
por mis mínimas desgracias
o por mis fugaces sueños.
Por ellos ruego.
Por los habitantes de la noche
traficantes de ilusiones
en calles infestadas de ambición.
Bebés despreciados por sus madres
deambulando en busca del pinchazo de la muerte;
temblorosos por un gramo,
destrozados por un rito,
desesperados por un sorbo.
Flacos,
Esmirriados;
la locura asomándose a sus ojos
atados a la desesperanza eterna.
No, no te ruego por mi pequeña vida
me inclino... me humillo por ellos
efebos inocentes
transitando barrios maltratados por el hambre;
una moneda clandestina para calentar los huesos
un susurro del ángel de la muerte girando en torbellino
noche a noche hurgando en tarros basureros
comida, calor,
una palabra enmudecida,
ateridos en resuellos enfermizos
música y drogas al amanecer.
Dios,
ellas, las muchachas de un verano ya olvidado
largas piernas
hinchados vientres
un remedo de amor
sexo apresurado
cuerpos arruinados
esperando meses de oscura soledad;
hijos de la época,
un desesperado siglo que termina
guerras
hambres
derrotas;
ángeles caídos entre el pasto y los avisos comerciales
alucinando la felicidad en noches rotas
felicidad imposible.
Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen.
Estrellas errantes
navegantes de la oscuridad
copas vacías de moteles baratos.
No imputes su locura a un acto de soberbia.
Ruego para ellos el amor (del cual eres esencia),
la sangre
la vicaria redención
y en ese acto eterno e invisible
inscribas sus nombres en el Libro de la Vida.
(De Suranónimo, en preparación)
miércoles, abril 28, 2004
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