Pronto C. viajará a China. Se propone estudiar alguno de los tantos idiomas de ese país. El mayor problema que tiene es de índole religiosa, por lo que C. prefiere guardar un estricto incógnito.
Es sabido que en China han detenido a personas por el solo hecho de leer una Biblia o cantar una inocente canción que dice: Jesús, Jesús, Jesús.
Pero en China soplan vientos del Espíritu y contra eso no habrá gobierno, policía y todo el aparato del infierno que tenga éxito oponiéndose.
Hay muchas razones de por qué China (en realidad no sólo ellos) necesita a Jesucristo. Una de ellas tiene que ver con millones de inocentes que claman al cielo; sangre derramada que grita por justicia. ¿Cómo podría Dios dejar esas oraciones sin respuesta? Cuando asegura que “por todos murió” Jesucristo, es exactamente eso.
Sólo el Evangelio, la buena noticia de Dios, hará lo que ninguna ideología ha podido, apoyados por un sistema de concepción humana. Menos el ateísmo como esperanza de vida.
China saldrá al mundo el 2008, sede de los próximos Juegos Olímpicos. Según C. ese tiempo es el mejor desafío para llevarles el Evangelio, la Palabra en su lengua.
¿Qué haremos frente a ese desafío?
Para empezar, leer la historia de China, conocerla.
Y escribirle a C.
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