Cuestión de práctica. Casi (no me atrevo a ser tan tajante) todo se reduce a una cuestión de hechos.
La teoría es buena, excelente, atractiva; las palabras en un libro, en cuadernos escolares, en la Red e inclusive en una muralla pueblerina son eso: palabras. Belleza incontaminada, proposición y deseo, receta de escaparate guardada para mejores tiempos. O para hoy; eso lo determina el lector.
Nada tengo contra las palabras. Todo lo contrario, las amo, las admiro, las hablo lentamente con fruición, como un fumador paladea su cigarro. Ellas sustentan mi pensamiento, me conquistan y alegran; me quitan el cansancio de una vida rutinaria, me llenan de sueños, de lejanas vidas, de amigos que jamás veré. La palabras conforman una trama indestructible en nuestro moderno vivir.
Y sin embargo ellas son nada sin los hechos.
Los actos las justifican, les dan vida, prueban su veracidad y su importancia. En cada situación ellas modelan su existencia y liberan o condenan para el presente o para la eternidad.
Cierto día en un pueblo donde estaban sucediendo cosas extraordinarias con la llegada de Jesús, “Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y Jesús respondió: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la ponen en práctica.” (Evangelio de Lucas cáp. 11)
Me he propuesto aceptar a la revelación que encierra Su Palabra y hacer con ellas una sucesión de acciones, tantas como Dios me lo permita y de acuerdo a su soberano deseo. Así es que si algún día falto a esta página, será porque los hechos han durado un tiempo extra.
sábado, agosto 14, 2004
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