Regalar en Navidad ya no es una originalidad que cause sorpresa.
Es más, todos esperamos en este diciembre recibir aunque sea un coment en la página personal.
O algún obsequio de los familiares más cercanos.
Pareciera que necesitamos esa demostración de afecto, aunque todo el año nos repitan una y otra vez que nos aman.
Volvemos a la infancia, un lejano Sur lluvioso, vitrinas atiborradas de juguetes que jamás llegamos a tocar y que nos perseguían en sueños; esperanzas inconclusas, deseos de ingresar a la fiesta ajena, o a la propia, si se pudiera tener una.
Adorné un arbolito por primera vez a los 12 años. Una edad adecuada para tomar iniciativas personales.
Pinté ampolletas en desuso y corté algunos papeles que sobraron de los trabajos manuales del colegio.
Ahora que lo recuerdo quizás era un árbol horrible, ajado, con las ramas caídas y olor a cementerio. Los pinos húmedos tienen ese olor (la inocencia tiene otra mirada). Ese día fue el más hermoso de los árboles.
Cuando por la mañana encontré en su orilla mi primer regalo, el vestido de organza amarillo más deslumbrante que haya visto en mi corta vida. Mi madre había gastado todos sus ahorros en aquel regalo que me enseñó la delicadeza de dar.
jueves, diciembre 09, 2004
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