Obsesionada por un par de zapatos nuevos, su madre le aconsejó que los pusiera en la ventana la noche de Navidad. Tal vez pasara por allí el viejito pascuero y le dejara un par nuevo. (Su madre tenía la esperanza que por esa vez, sólo por esa vez su marido no se fuera de farra).
Así lo hizo.
Por la mañana todos los niños, casi de madrugada, corrieron a buscar sus regalos.
Ella también corrió hacia la ventana.
Allí no había zapatos nuevos; ni siquiera estaban los suyos, rotos y ajados todavía le servían.
Viejo ladrón, dijo bajito, temiendo ofender algún espíritu anónimo.
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