martes, junio 08, 2004

Procacidad.

Apenas se empina en los 7 añitos.
Bella como una muñeca saltarina; encantadora con esa risa. ¡Ah!, su risa ligera como ala de mariposa sobre las hojas recién nacidas.
Angelical con sus largas y rubias trenzas y su cabecita adornada con moños de colores.
Sus grandes ojos claros, transparentes y su uniforme de colegio, impecable.

A pesar de lo que he leído (y no es poco), los niños son seres extraños para mí. Guardan detrás de su inocencia un mundo insólito y vehemente que no comprendo.
La encantadora niña de pronto se enoja. Se yergue desafiante sobre sus zapatos de colegio, alarga su pequeña mano en un gesto obsceno y le grita desafiante a su compañera de curso los más duros garabatos que mi oído haya escuchado alguna vez. Todos los que tú y yo sabemos y que jamás hemos usado por impúdicos y desvergonzados.

La tarde parece detenida, o tal vez soy yo que me he quedado petrificada, mirando ese ser angelical que vocifera soezmente, sin ninguna vergüenza.
El misterio de la procacidad en una boca tan diminuta me cohíbe y perturba.

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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...