Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el precario equilibrio. Unos reprueban a Dios; otros se encierran en los malls y compran toda clase de oferta; algunos beben alcohol hasta quedar tirados en la cuneta. La cuestión es borrar el dolor.
El dolor no termina. Está ahí, heredado en los genes de Adán y Eva; traspasado de generación a generación.
A pesar de ello, doy gracias por aquel día feliz. Ese que compartimos una tarde de diciembre, casi al límite de nuestras fuerzas.
Gracias por ese soplo de esperanza que como un manto ha venido a rodearnos.
Gracias por Su Presencia que nos ayuda en nuestra debilidad.
Gracias por el don de Jesucristo.
Mucho quisiera poner en práctica el consejo de Pablo cuando le escribe a los filipenses: "orad sin cesar, suplicando a Dios por vuestras necesidades y no olvidando darle gracias por todo.
Hacedlo así, y la paz de Dios, que supera toda capacidad humana de comprensión, guardará vuestros pensamientos y vuestro corazón unidos a Cristo Jesús.
Permitidme ahora, hermanos, que todavía os diga esto: prestad la máxima atención posible a todo lo que sea verdadero, noble, justo, puro, amable, honesto y digno..."
Dios me ayude en este propósito.
viernes, diciembre 31, 2004
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