viernes, abril 30, 2004

En el día del discurso.

¿Quién inventaría esto del trabajo remunerado?
Porque del Paraíso no viene.
Yo creo que es un complot de los poderes fácticos, para tenernos afanados y preocupados y así no percibamos la auténtica realidad, sino estemos conformes –mansos corderos- con lo que se cuenta en los medios o se rumorea por ahí.


5.30.- Te levantas con furia contra el reloj que no termina de sonar. Te miras al espejo y pareces adefesio, por decirlo en decente.
6.00.- Después de todas las ceremonias matutinas, un café y al bus. ¿Dónde dejé las monedas? Fernando, dame unas monedas, que ya voy atrasada. Levanta al niño que el furgón escolar no espera.
6.20.- Veinte minutos esperando y este bus de carajo no aparece.
6.30 a 7.30.- Hacinada, malos olores, lento, lento vamos por, no pienso, no existo, calles, las mismas calles, los mismos hoyos, el mismo chofer carreta, la misma señora que ofrece los chicles para el mal sabor matutino. Menos mal que encontré un asiento desocupado; si viajo una hora, lo mínimo es hacerlo sentada. Ojalá no se suba un inválido o una mujer esperando bebé, porque ahí, adiós asiento.
7.45 a 8.00.- Marcar la tarjeta, saludos breves, alguna sonrisa con las compañeras.
8.00 en punto.- La máquina bordadora espera silenciosa, lista para devorar las horas con su loco ritmo. Una, dos, tres, cientos de prendas se van acumulando en el mesón de llegada y en el de salida. Precisión, agilidad, ningún movimiento en falso, las telas delicadas y el bordado exacto. Un titubeo, una mirada hacia el lado o un pensamiento tímido, la máquina te muerde un dedo con su penetrante aguja y su ritmo insaciable. Y eso sí es una desgracia de proporciones.
12.30 a 13.00 Colación. Un estirón de piernas, una bebida, una fruta, el termo no mantuvo el calor de la comida, está tibia, un asco.
13.00.- La máquina impertérrita, manos de movimiento uniforme, una fusión perfecta. Nada importa el frío, el calor, el invierno, el verano; que haya viento o los niños jugueteen en la plaza; los jóvenes lean poemas sobre la hierba húmeda; las nanas vigilen y comenten el último capítulo de la teleserie. Allá afuera la vida se mueve, alegre y variada; aquí siempre lo mismo.
17.30.- Suena el timbre de salida. La máquina se resigna y deja escapar su presa. Sólo hasta el día siguiente, así hasta el infinitum. Como decía una canción, que no recuerdo quién la cantaba: “hasta que el cuerpo aguante”.
17.45.- De regreso el mismo bus maloliente, todos dormitan exhaustos, un poco tristes. Un vendedor de helados vocea los Chocofru. Un helado es un pequeño alivio. Más lento que en las mañanas, el bus apenas avanza. Tacos, hoyos, trabajos en la vía, aire contaminado.
19.00.- La puerta del hogar acoge con olor a encierro. Nadie abrió las ventanas, las ollas están sucias, Juanito no ha hecho las tareas, entretenido en la tele; hay tazas en el lavadero con restos de azúcar y leche del desayuno.
20.- Cocinar, cocinar que el mundo se va a acabar.
21.00.- Cena para todos, de nuevo lavar los platos, arreglar el termo, las tareas del colegio, medio dormido Juanito escribe los palotes del primer año, Fernando ve las noticias, ni por siaca se le ocurre lavar una taza.
23.00.- ¿Duermes? Sí, tal vez sueñas.
5.30.- El reloj,… otro día de trabajo.


Hoy el Presidente dirá el exaltado discurso (siempre es así), celebrando las bondades del sistema. ¿Quién le diría que quiero trabajar?

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Gracias.

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