martes, abril 27, 2004

Para Jael esperando su bebé.

Soy la típica hija de los excesos de Año Nuevo, del clima acalorado por los fuegos artificiales y la adrenalina a mil en aquellas fiestas donde todo parece concluir.
Soy la típica hija de padre desconocido, educada en la amargura y la desesperanza de un embarazo precoz. Un embarazo inesperado, indeseado, fortuito y desatinado.
Soy la típica hija de madre soltera, estigmatizada y, sin embargo, a pesar de todos los pesares, amada.
Alejandro Dumas.
Fidel Castro.
Francisco Pizarro.
Diego de Almagro.
César Borgia.
Erasmo de Rótterdam.
Carlos Martel.
Bernardo O’Higgins.
Todos hijos ilegítimos.
Bastardos.
Ilegales.
¿Qué sería del mundo sin esos hombres y mujeres y otros semejantes, que se concibieron en una noche de pasión, sin libreta, certificado o bendición matrimonial?
¿Qué hubiera pasado conmigo si mi madre hubiera tomado la pastilla el día después, o hubiese acudido a una operación abortiva?
Todos borrados, inexistentes. Nunca nacidos. Privados de la alegría y el dolor.
“Me saco el sombrero” (por decirlo así), ante esas madres que pelearon por sus hijos, aún engendrados indebidamente (¿El acto de dar vida es indebido?). Me alegro de vivir en el mismo mundo donde ellas vivieron.
Respirar el aire de mujeres con grandeza ennoblece mi condición.
Saludo a Jael, a Mariela, a Rosita, a cada chica que enfrenta la mirada solapada y el comentario ofensivo; saludo a la más valiente, a mi madre, María.

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Gracias.

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