miércoles, noviembre 17, 2004

Cuando los ángeles cantaron.

¡Oh chicos!
¡Oh criaturas inocentes que castigáis mis oídos, mis pobres tímpanos con tanto ruido lastimero, pretendiendo que son alabanzas al Altísimo!
¡Oh, ministros de alabanza en decadencia!
Si por una, sólo por una vez pudierais escuchar la música del cielo, tal vez renunciaríais a golpear cualquier instrumento musical, de pura vergüenza (perdonen la franqueza).

*

Pocas personas tienen tan buen oído como un pastor.
Conoce “la voz de sus ovejas”; conoce el clima, sabe cuando se aparean y más aún, les coloca un nombre particular. A cada una llama por su nombre y las arrulla en los días de invierno, cuando hay poco pasto y mucha soledad.
Me agradan los pastores.
Tienen un gran sentido musical.
Algunos hasta hacen música. Y las ovejas les acompañan con el coro, mientras los perros ovejeros revolotean cazando mariposas o realizando cabriolas en el prado.

Cerca de donde vivo todavía hay pastores. De cabras. Un escaso rebaño logra sobrevivir al avance de la ciudad que en poco tiempo los hará desaparecer hacia los cerros más lejanos. La madre pastora saca leche, hacen queso o venden los cabritos más nuevos. Éstos son especialmente juguetones y su piel es bella y reluciente. Triste destino de animal (estoy que me hago vegana).

El evangelio de Lucas relata aquella noche única, especial, sin precedente y sin repetición. La música del cielo fue oída por los humanos… y por las ovejas; los ángeles no pudieron resistir y bajaron a observar el prodigio.

Aquella noche, en un lugar cercano, unos pastores estaban velando y cuidando su rebaño. De pronto se les apareció un ángel, y la gloria de Dios los iluminó con un gran resplandor. Los pastores fueron presa de espanto, pero el ángel les dijo:

¡No os asustéis! Yo he venido a traeros noticias que llenarán de alegría los corazones. Hoy, en Belén, la ciudad de David, ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esta será la señal para reconocerlo: hallaréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Repentinamente apareció con el ángel una inmensa multitud de las huestes celestiales, que entonaban un canto de alabanza a Dios, diciendo:



"¡Gloria a Dios en las alturas,
y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!".

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Gracias.

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