sábado, noviembre 27, 2004

ÉL.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío…”
(Luis Cernuda)


Las palabras se vuelven insuficientes e imperfectas; el lenguaje entorpece la verdad hasta el punto que todo se vuelve banal y descolorido.
Rutinario.
Digo: te amo, pero de tanto repetirlo pierde su fuerza. ¿Cómo recuperar el asombro de las palabras dichas por primera vez? El deslumbramiento del bebé que logra gritar mamá, entre la algazara de la familia; la belleza inasible en la armonía en una canción, o en la plegaria cotidiano.
Me supera la palabra.
Sin embargo el nombre que pronuncio cada día es siempre nuevo. Tiene el esplendor y la fuerza de la primera vez. Cuando lo escribo es siempre real, como si esas letras de gráfica delicada revivieran continuamente.

En el nombre está Él, el Amado.
Jesús.

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Gracias.

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