jueves, junio 17, 2004

La otra milla.

“Si algún soldado romano te obliga a llevar su carga una milla (mil pasos, según medida romana) llévasela dos.” (Versión libre de Mateo 5:41)

Siempre me llamó la atención la palabra “la otra milla, o la segunda milla”. Me sonaba a un camino largo, de árboles frondosos, rodeados por un verde resplandeciente. El judío y el soldado se hacían amigos, al final del camino. Tonterías de una, digo yo.
La verdad histórica es un poco más fea que mi percepción mítica. Los judíos estaban bajo las órdenes de cualquier soldado que se les cruzara por delante, aunque fuera el “pelao” más insignificante. Cualquier soldado romano tenía el derecho de obligarlo a llevar la carga una milla (poco más de 1 kilómetro), con todos los disgustos que ello traía (para el judío, obviamente).

Imaginémonos el efecto, por ejemplo, de una persona que iba precisa a cierto lugar, y cuando casi ya está llegando, le obligan a llevar una carga en rumbo contrario. La inconveniencia que cualquiera interrumpa tu vida, sin hablar del trabajo, el sudor, la humillación y además ¡gratis! Nada de fácil.

Hoy el proyecto de Jesús parece difícil e impracticable en un mundo rápido, insensible y superficial
Los niños rezongan cuando se les manda algo.
Las mujeres reclaman en el hospital o en el supermercado.
Los hombres en la fila del banco.
Nadie quiere emplear su tiempo en otros (a menos que sea remunerado).
Muchas veces molesta que alguien nos quite tiempo, dinero o atención.
Tal vez (es una sugerencia nada más), podríamos buscar nuestra propia milla para caminar. Y es posible que descubriéramos en el servicio una especie de felicidad.

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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...