domingo, septiembre 26, 2004

Escuela fiscal.

La moderna educación me inquieta tanto o casi más que la antigua.
No sé si alguien tendrá claro lo que es educar.
Educar para la vida.
En mi caso, el más cercano que conozco, fue bastante represiva y castigadora. Aunque hubo momentos de gloria y libertad, se pagaron con abundantes lágrimas, pero tengo una gran fuente productora y puedo seguir fabricándolas mientras tenga agua y ojos.
Ya escribí de los muchachos del quinto básico.
Uno que otro es poeta.
Otro dibuja cientos de monos al final del cuaderno. Cautelosamente; está perdido si alguien lo descubre.
Y los más, saltan la cuerda. Se divierten comiendo algún snack y brincando en el recreo, mientras los profes conversan y toman un cafecito.

¿Nos enseñó algo la escuela?
¿Algo más que obedecer órdenes, cumplir un horario y hacer palotes?

¡Y el uniforme! ¡Madre mía!
No podías cambiar de color, andar con la blusa afuera o la falda más corta de lo reglamentario.
Zapatos negros, nunca azules, rojos o amarillos.
El pelo corto. Anotaciones en el libro, llamadas al apoderado, suspensiones varias por el famoso mechón que traspasaba el borde de la camisa en ellos.
Y el color del teñido en ellas.
Me parece un milagro de Dios que saliéramos vivos. Ilesos no puedo asegurar, porque vaya sí nos marcaron.

El toque de la campana determinaba nuestras horas. Podías estar embelesada en la historia que estaba leyendo alguna compañera, pero si tocaba la campana era un grito general. Sólo el recreo justificaba las horas tediosas de historia o matemáticas.
Es frecuente que no se ame el estudio. No porque aprender sea desagradable. El sistema lo ha determinado de esa manera.

¿Qué amamos en aquel tiempo?
La mano estirada con una manzana y la enorme sonrisa de aquel muchacho de rostro pecoso.
La voz de la profesora de literatura leyéndonos (dramáticamente) un cuento.
El luche avión.
La colección de stickers.
La clase de Tecnología haciendo esculturas, comidas o lámparas.
Y el sabor inconfundible del helado de leche.

El quinto básico de la escuela fiscal no tiene nada de atractivo para un niño de diez años. Si no obedeces al molde es un continuo sufrimiento; si eres diferente al resto, Dios no quiera delatarte. Un gran cartel escrito con letra clara traspasará todos tus días. Nunca tendrás éxito, serás paria del sistema y tal vez termines confinado en alguna oscura oficina sin ninguna perspectiva. O barrer calles eternamente, tragando el polvo de los automóviles que te son vedados. O sentarse estúpidamente en un centro a contestar llamadas de gente inexistente que busca perder un poco de tiempo para no volverse locos. Ganarás dinero pero no verás el primer gesto de tu hijo ni el rojo de los atardeceres del verano. Ni los primeros brotes de los árboles ni el armonioso caminar de las hormigas almacenando sus granitos.

No se educa para vivir.
Se educa para tenernos quietos.
Para producir “bienes”, léase por “bienes”: auto del año, casa con piscina, ropa a la moda, equipos varios, visitas seguidas a los malls, vacaciones en el extranjero, tarjetas de crédito.

¿Quién lee poesía?
¿Quién escribe poesía?
¿Quién vaga por los parques?
¿Quién da de comer a las palomas?
¿Quién habla con los espejos?
¿Quién inventa trabalenguas?
¿Quién canta por el placer de cantar?
¿Quién juega al gato?
¿Quién lee a Whitman o a Frost?

Recuerdo a Víctor. Tenía tres hijas. Cultas, bellas y encantadoras. Nunca fueron a una escuela formal; vivieron de país en país, de feria en feria mostrando su arte. Nunca conocí personas más felices. Dentro de todo su sistema de viajes y trabajo, la vida les enseñó lo necesario.
Sí, me dirás, no todo el mundo puede viajar.

De acuerdo. Educacionalmente no soy ninguna eminencia. Apenas escribo unas letras hilvanadas en tardes de ocio. Pero una cosa sé: los niños son infelices. He secado sus lágrimas, e observado su impotencia y su rencor.
Sienten que el mundo es injusto; que algo se les quita cada día y lo que se le da no lo compensa.
Un muchacho en un bucólico pueblo del Sur apuñala a su profesor.
Otro ataca a sus compañeros.
Otro se masturba frente a sus amigas.
Gestos de violencia y locura. Gritos de auxilio de una sociedad alienada y marketizada.

La profesora del quinto los forma en una larga fila antes de entrar a la sala. Derechos, uno-dos-tres-cuatro; manos arribaalosladosabajoalaespalda. Pasen las niñitas. Los varones. Condicionados y domados sus espíritus, su descontento se resumirá en las calificaciones. O en los juegos secretos. O en la indolencia, en la apatía de su ignorancia.

He llegado a creer que fuerzas extrañas desean que así suceda.
Más tontos útiles; menos problemas.

Los charlatanes habituales nos “venderán la misma pomada” y pensaremos que lo hacen por nuestro bien.

No hay comentarios.:

Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...