Mientras se apagan los últimos sonidos de la banda en la elipse del Parque O’Higgins y los presentes se retiran lentamente, como emergiendo de un sueño hacia la cotidianeidad; mientras se diluyen los últimos olores a empanadas, asado y chicha; mientras los niños recogen el hilo de los alejados volantines que han dado su mensaje de ingenuidad y desconcierto, se aproximan los múltiples olores de árboles floridos, anunciando el sabor de las cerezas, damascos, manzanas, ciruelas.
Y florece la primera rosa roja en mi jardín.
Por la calle principal pasan los huasos que regresan del desfile, muchachos elegantes con sus mantas de colores, montados sobre vistosos caballos; pasean grupos de chicas de exuberante belleza equilibrándose sobre los primeros tacones, riendo coquetamente y exhibiendo su juventud alegre. "Las muchachas en flor" que alguna vez describió Marcel Proust en su libro "En busca del tiempo perdido".
Es la tierra que renace.
Es la esperanza que no nos abandona.
Más que esta olorosa primavera y un jardín de rosas rojas, aspiro a aquello que describe el salmista: “Que en mis días florezca la justicia,
y que haya prosperidad, hasta que la luna deje de existir.”
Dios ¿es muy ambicioso este deseo?
domingo, septiembre 19, 2004
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