sábado, septiembre 18, 2004

La libertad.


”Jesús les habló diciendo:
Vosotros seréis verdaderamente mis discípulos si vivís de acuerdo con mis enseñanzas, porque entonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Ellos exclamaron: ¡Pero nosotros somos descendientes de Abraham y jamás fuimos esclavos de nadie! ¿Qué quieres decirnos con eso de que la verdad nos hará libres?
Os aseguro les dijo que nadie que comete pecado es libre, sino que es esclavo del pecado. Y los esclavos no forman parte permanente de la familia a la que sirven, mientras que el hijo siempre será parte de ella. Por eso, si el Hijo os libera seréis verdaderamente libres.”
(Evangelio de Juan Cáp. 8)

Los hombres aman la libertad, pero le temen. Si así no fuese ¿por qué rechazan el evangelio y la palabra de fe?

A veces creo que los hombres aman la rutina, sus hábitos ancestrales, incluso los molestos males que les aquejan o sus enconos que amargan su comida. Detestan la idea de cualquier cambio, aunque sueñen con alterar ese anodino existir. “Algún día”, dicen, me iré de esta casa. O viajaré.
Algún día nunca llega.

La libertad individual es una amenaza a la tradición. Los seres religiosos detestan las manifestaciones del Espíritu, porque donde el Espíritu sopla “allí hay libertad”.

La idea de la libertad individual es parte de la doctrina de la libre voluntad del hombre en la elección del bien o el mal, característica humana otorgada por Dios. Sin libertad somos apenas una sombra del proyecto de Dios.
Aspirantes a seres humanos integrales.
Modestos buscadores de baratijas en un campo lleno de diamantes.
Sólo libres podemos enfrentarnos al Creador.
¿Hay otra forma?

Tal vez lo descubrieron aquellos hombres que lucharon para heredarnos un país libre.

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Gracias.

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