martes, julio 13, 2004

GRACIA, ¡qué palabra más bella!

Si pronuncias esta palabra en cualquier idioma, suena con una belleza poco común. Kharis dijeron los griegos del Nuevo Testamento. El conocimiento que tuvieron los primeros cristianos recoge el significado que tiene el término hebreo hen en en el Antiguo Testamento: la ayuda que alguien fuerte proporciona a una persona atribulada o necesitada, incapaz de mejorar su condición a causa de la debilidad que le imponen su propia naturaleza o determinadas circunstancias.
El Señor Jesucristo no habló mucho de la gracia de Dios, pero sus hechos revelaron de modo inconfundible la benevolencia que tuvo hacia el pobre, el afligido, el marginado, el enfermo. Así que, cuando hablamos de la gracia no hemos de limitar nuestra interpretación del término en el sentido, tan generalizado, de «favor inmerecido». Ciertamente es favor inmerecido, pero se trata de algo mucho más grande, que determina la eternidad de las personas. Es el amor de Dios actuando entre nosotros a través de su Espíritu. "Porque por gracia son ustedes salvos, por medio de la fe; y esto no es de vosotros sino es un regalo de Dios", dijo Pablo a Los Efesios.


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Gracias.

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