miércoles, julio 07, 2004

Yámana.

Frecuentemente vienen los niños para que les ayude en alguna tarea escolar y entre toda la cantidad de variados temas, me he topado con los yámanas, habitantes de Tierra del Fuego, nombre que le colocó Magallanes –era hacha pa’ los nombres don Hernando-, cuando divisó las costas del último lugar del mundo, el Sur más al Sur, donde casi se acaban los paralelos (52); aquellas costas llenas de fogatas que los aborígenes tenían siempre con fuego por el pánico que se les apagara, con lo que costaba prenderlo. Tierra de los Fuegos, dijo, y así se ha llamado hasta hoy.
Habitaban las zonas costeras de los fríos mares del Sur; su territorio se extendia desde las aproximidades de la peninsula Brecknock (hoy Chile). También nómades, su medio de locomoción era la canoa, que les servía para internarse en los canales en la búsqueda de los ‘ frutos del mar’. Se alimentaban de lobos marinos, pinguinos, ballenas, peces y mariscos;de aves, como gaviotas o cormoranes y hasta solían recolectar frutos y raíces. Cazaban animales marinos con arpones de punta de hueso. La ballena se consumía cuando alguna se quedaba en las orillas de la playa. Las familias permanecían en las canoas, cazando y pescando. Estos eran muy hábiles en la elaboración de cestos con juncos de la zona. El varón se encargaba de la construcción de la canoa y las armas, así como en la caza de animales marinos. La mujer tejía con parte de sus cabellos finas lienzas para pescar.
Andaban desnudos o cubiertos con un pequeño cuero a pesar de los titantos grados bajo cero. Su fe también era sencilla como su vida. Creían en un ser superior, bueno y que escuchaba sus plegarias. Le llamaban Hidabuan (Nuestro Padre), un gran espíritu puro y siempre presente. De Él se deriva la vida, la salud y la felicidad.

Me conmueve la vida de estas personas, de aspecto prehistórico, pero sanos y ricos en una profunda vida espiritual. Cuando los europeos llegaron por nuestras costas –prejuiciosos ellos- los catalogaron mal y sólo miraron su aspecto, sin intentar descubrir la belleza de su lenguaje o la nobleza de su cultura.
Hoy son contados con los dedos de la mano los supervivientes de estos hombres valerosos y admirables. Adaptados a una civilización totalmente ajena y a un miserable trozo de tierra cedido por algún gobierno de turno, han ido desapareciendo paulatinamentes, después de ser los señores de ellas, con la dignidad de la libertad que da el mar. Quizás -eso espero- algún día podamos valorar la riqueza de nuestro pasado, tan valiosa como este presente inconcluso.

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Gracias.

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