Escribo para ti. Para esa personita oculta a todos que anda siempre de interrogante en interrogante y de maravilla en maravilla, como el picaflor de mi jardín que aletea sobre la flor del abutilón, buscándole el néctar escondido.
Escribo para niños que van a la pequeña escuela con la persistencia que no logro comprender, con la lluvia pisándoles los talones abandonan el entorno protegido del hogar por un juego en la tarde milagrosa del patio hacinado. Toman su mochila y corren por el camino al toque de campana, esperando que esté allí la maestra con historias espeluznantes o extraordinarias y abren el cuaderno semi húmedo mordisqueando el lápiz en la suprema concentración.
Escribo para Gaby, para Hélen que apenas logran sentarse cómodas en su alto pupitre, curioseando con toda clase de preguntas y para las cuales las respuestas son un descanso en sus agobiadas cabecitas. Cursan su primer año de colegio y ya andan con todos los problemas del mundo (tal vez los niños de hoy maduran antes de tiempo).
El silencio inmóvil de la noche se deja penetrar por el tecleo de la máquina y la música en sordina. Nada perturba la paz cuando escribo al ritmo de un pensamiento o una idea que tal vez otros en otras latitudes han desarrollado con mayor precisión y talento. Antes eso me bajaba el ánimo. Otros lo escribieron mejor ¿para que volver sobre lo mismo? Si todos pensáramos eso, un cincuenta por ciento o más no escribirían ni una palabra. Escribir ya es un regalo de la vida, como el habla o la mirada (que te lean es otro cuento). Con el tiempo fui cambiando. Ahora me estimula saber que hay otros hermanados con el mismo pensamiento y tal vez juntos podamos revertir algo o asombrar a alguien. Como dice bellamente Lihn “una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies”.
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