viernes, julio 16, 2004

La obligación de leer.

Una de las cargas que impone el sistema educacional a los escolares es la lectura obligatoria. Una incongruencia. Como que te obliguen a salir de vacaciones, a tomar helado, ir de piscina o un “carrete” de viernes, placeres indispensables en la adolescencia. Pero sucede para desgracia de aquellos que no tienen una inclinación natural hacia las letras y que su máxima felicidad es hundirse en el sillón (que hasta la forma del cuerpo ha adoptado) a mirar el partido Chile-Brasil (que perdimos por enésima vez) o la última teleserie, donde aparece nuestro actor favorito. “Es que esto de la lectura no me entra”, reclama una estudiante que le han dado para estas vacaciones de invierno a investigar “todas” las cartas de Neruda. ¿Quién aguanta tamaña excentricidad? Bien que la profe ame al poeta, pero leerlo todo de una vez, no hay salud, digo, menos si tienes 13 años.

Una campaña dice que la lectura hace bien. Ok. Estoy de acuerdo, es más, la lectura no solo te hace mejor persona, es un gozo, un deleite, una especie de felicidad (nadie impone la felicidad por secretaría), lo mejor de la vida. En ese desesperado deseo de compartir los bellos libros se cae en un absurdo que hace odiarlos.

La introducción a la lectura es como enamorarse, crear lazos, abrir horizontes sin límite. Pero tiene un ritmo, tiempos de espera, consideraciones. Como decía Saint Exupery en la voz del zorro que habla con el principito: ¿Qué significa “domesticar”?
- Es una cosa demasiado olvidada – dijo el zorro -. Significa “crear lazos”
- ¿Crear lazos?
- Sí – dijo el zorro -. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...”
El encuentro con la palabra es una especie de atracción; un juego lúdico, abisal y misterioso. Y lento como la vida. Personalmente me inicié antes de ir a la escuela, como una diversión entre el abuelo, El Mercurio dominical y la mesa con la familia en pleno. Había tanto mundo en esas páginas, tanto por descubrir para mi enorme curiosidad las hojas del periódico se hicieron insuficientes. Luego las revistas, los monitos y de pronto un libro. ¡Un libro solo para mí! Tapa dura, papel biblia, letra gótica y la belleza de Oscar Wilde con su Gigante Egoísta y su Ruiseñor y la Rosa.

Y ahora, saberte leyendo esta página me honra y enriquece. De la persistente lectura he devenido a esta página, un paso natural y necesario, un momento detenido en el tiempo.
Si algún día quieres hacerle un bien a alguien, regálale un hermoso libro como si te lo hicieras a ti mismo. Un libro de buen papel y lindas estampas; un libro seductor que enamore a alguien, que le haga feliz, que eleve su vida. Tal vez seas recordado por ese solo gesto que cambió la historia del mundo, o por lo menos de uno o una.

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Gracias.

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