viernes, julio 23, 2004

Ha llegado Pablo.

Una de las bendiciones de Dios (entre tantas) es llamar amigo a alguna persona. Siento mucha lástima cuando dicen “el perro es el mejor amigo del hombre”. ¿Cómo pudo acuñarse semejante dicho? ¿El que lo inventó nunca tuvo un amigo? ¡Pobre!
Por estos días ha llegado Pablo, con su mano grande y delgada, un tanto pálida, su pelo rebelde y su eterna sonrisa. Y su voz cálida en mi contestadora.

Recuerdo que bastaba una mirada y sabíamos perfectamente el pensamiento del otro, como si la conexión fuese instantánea. A veces hablábamos lo mismo al unísono, como si nos recorriera un pensamiento común; nos reíamos diciendo: “me copiaste el pensamiento”. Porque reír juntos era un gran pasatiempo. Ahora hemos madurado, sonreímos brevemente, como si la vida se encargase de irnos desdibujando tanto escándalo sonoro.

Un amigo o una amiga no es fruto de la casualidad, del destino o de un momento furtivo. Ni es resultado de una búsqueda desesperada; los amigos solo llegan sin saber de dónde, por qué o cómo. Simplemente llegan, nos alegran, nos bendicen y se van (casi siempre), como esos atardeceres resplandecientes de verano o la flor del suspiro en el palto.

En el capítulo XXI de EL Principito dice el zorro:
"Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sól. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo".

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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...