lunes, agosto 30, 2004

Canuta, a mucha honra.

Si de poner motes se trata, los chilenos somos una bala. Y los cristianos evangélicos asumimos varios. Y digo asumimos porque no nos queda otra que tomarlo con algún grado de humor, aunque algunos son bastante peyorativos (por no decir derechamente una ofensa gratuita).
Por otro lado, los cristianos somos alegres, pero sentido del humor tenemos poco. Todavía no hemos aprendido a reírnos de nosotros mismos, cosa bastante difícil de conseguir, en especial los más adultos.

A Jesús lo apodaron de varias maneras, y no muy santas. Pero Él para nada era tonto grave. A algunos ni los “pescó”. A otros les replicó según el grado de intelecto del ofensor. Y a los muy especiales, los sacó del error. Porque si alguien tenía el “don de la “cachativa”, ese era Él.

Canuta, Canuta, le gritaban los compañeros de colegio a mi madre cuando era pequeña. Ella les pegaba con el bolsón lleno de cuadernos, pero como era menuda, llevaba todas las de perder.
Heredé ese nombre.
En el colegio, alguna compañera lo gritó, creyendo que me ofendía. No voy a dramatizar que fue una “ofensa terrible” porque yo, al contrario de mi madre, nunca tuve la sangre caliente, y algo había estudiado de historia y semántica. Así es que le di “con el látigo de la indiferencia” .

Juan Bautista Canut de Bon llegó a Chile procedente de España en 1871 como sacerdote jesuita, (eso dicen los libros de historia) pero se volvió a Jesucristo y abandonó la Icar (Iglesia católica apostólica romana). Posteriormente llegó ser como pastor metodista y desde ahí organizó la prédica del evangelio saliendo a la calle, situándose en las esquinas, Biblia en mano.

Tal fue el impacto de Canut de Bon en Santiago que hasta hoy a los evangélicos se nos conoce con su apellido chilenizado.

Así es que “Canuta a mucha honra”.

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Gracias.

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