domingo, agosto 01, 2004

La Mancha.

Nosotros, los “jaguares latinos”, los que ostentan la mayor cantidad de poetas (sufriendo dos Nobel y casi un tercero); nosotros firmando un tratado de libre comercio con el tío Sam , ¿cómo fuimos a caer tan bajo? Pura mala suerte, no más, dijo una abuela. Si en esto no hay presagio ni soberbia que valga.


El reposo del guerrero ha sido interrumpido por la vociferante multitud que un día creyó salvar. Una investigación lejana, los libros de contabilidad abiertos (aunque parece que eso ya no se usa), hurgados hasta en los dolarcillos más ínfimos, la revelación de los secretos (casi como en el Juicio Final), nos ha dejado “a la altura del unto” como sociedad.


En la decadencia de su vida, larga vida por lo demás, Pinochet nos ha ocasionado un estigma que nos cuesta sobrellevar. Nosotros que íbamos tan bien con esto de los derechos humanos atropellados por un dictador, sí, pero diferente a esos centroamericanos –tan llamativos ellos-, tan ladrones. Un dictador sui géneris. Como lo que sólo se da en Chile. No ve que somos personas civilizadas, moderadas y educadas. Casi, casi, como “los ingleses de América” (¡a dónde la viste!)


Sociedades de papel, cuentas secretas, subterfugios para guardar lo inguardable, como el más bajo de los traficantes de dinero, y nada menos que en el ilustre Riggs, que no le hizo honor a sus lustros, para nada.


Portalianos, nos decíamos.
Portales ¡que deslealtades se cometen en tu nombre!
Si seguimos así (porque esto recién comienza, señores) con Pinochet, Gate y los alcaldes varios a los cuales me da “cosa” referirme, puede resultar que hasta Portales no haya sido tan “ad honorem” como la historia nos lo ha pintado.


Se cierne una monstruosa sombra de dudas sobre nuestras simples cabecitas chilenas, correctas hasta la tontera, en la ingenuidad propia de la pureza evangélica. ¿Dineros de armas? ¿Incentivos de países terroristas? ¿Nosotros que éramos los adalides contra ellos? Una devastación en aquellos adherentes al hombre; una decepción triste y desagradable en los simples ciudadanos. Ya no somos tan honorables. Una suciedad común nos infama y quizás por cuantos años estaremos martillando la historia. De puro “masocas” que somos. Autoflagelantes, la historia no nos hará justicia. Tal vez porque no la hay. Porque tal vez es hora de mirarnos como somos, no tan esto, no tan lo otro. Simplemente sudamericanos, medio poetas, medio santos, medio pecadores.

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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...