miércoles, agosto 11, 2004

Nazareo (a).

Siempre pensé que el voto nazareo (apartado para Dios) era exclusivo de los hombres. Tal vez porque Sansón, Samuel y Juan el Bautista lo practicaron y no hay ninguna historia femenina respecto del tema.
Sin embargo este compromiso lo podían perfectamente adoptar las mujeres (Números Cap.6). Eso prueba que Dios no hace acepción de personas.

El nazareo (no confundir con nazareno, gentilicio de Nazaret) o la nazarea no bebían vino, en ninguna de sus versiones, llámese pisco, champaña, vinagre, ni siquiera una uvita para disminuir la sed en los ardientes veranos. Menos pasas para la memoria.

Cabello largo, tal vez con muchas trencitas (la tradición cuenta que Sansón se trenzaba el cabello y luego se hacía moños que hoy los hallaríamos un tanto divertidos) ya que mientras durase la promesa no podían cortarlo. Cuando el voto se cumplía, podían beber vino y comer uvas. Las mujeres acostumbraban tomar el voto de manera voluntaria con el propósito de hacer una petición especial a Dios, o para dedicarse ellas mismas a algún propósito especial.

No tocaban muerto. Ni olerlo. Había cierta distancia que guardar. Si se moría la madre, el padre, la abuelita, obligados a hacer mutis. Menos podían ser médicos o trabajar en la morgue (obvio).

¿A qué viene todo esto?
Pura curiosidad.
Es que admiro a la gente total.
Esos seres que hacen una promesa y aunque “se venga el cielo abajo” la cumplen.
No es fácil en este mundo donde abundan las disculpas, las impuntualidades, los olvidos, las ene justificaciones, sostener la palabra empeñada. Porque en esto de los cuentos, ¡Uff!, somos una bala. Así es que un saludo para los nazareos, y alguna que otra nazarea, apartados para Dios y consecuentes con su voto.
Aprendo de ellos. Dignifican mi vida y renuevan mi fe en los seres humanos.
Gracias, amigo, que has consagrado tu música para el Dios Altísimo.



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Gracias.

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