sábado, agosto 07, 2004

Valparaíso.

Uno de los días más radiantes que recuerdo es cuando conocí Valparaíso.

Se han llenado miles de páginas describiendo la belleza, la nostalgia, el sentimiento que provoca esta ciudad, tanto que pareciera ya no hay nada por decir. Y sin embargo ella es para cada uno, singular, única, y la fascinación que provoca se extiende más allá de lo que realmente es. Cada uno tiene en su mente un Valparaíso recreado en los sueños y en esa primera impresión al bajar la Cordillera de la Costa y ver las miles de casas sostenidas apenas en pilotes, edificadas no se comprende cómo sobre las más abruptas quebradas, como un dibujo coloreado por los reflejos del mar que a veces es una taza de leche.

Se ama más un lugar cuando nos hemos alejado de él, como ese chileno habitando la Europa ficticia, exiliado voluntaria o involuntariamente, el que se ha ido y no puede o no quiere regresar.

Volver significa destruir los mitos, la soñada memoria; volver significa esta realidad corriente y grosera que admitimos cada día y con la cual luchamos y donde a veces ella nos derrota. Otras nosotros.

Por eso voy poco a Valparaíso. Temo encontrar otra ciudad, no la de mis sueños, la que recreo en los pocos minutos libres del ajetreo diario. Deseo ir al puerto y caminar por el mercado de mariscos; deseo mirar desde la playa el mar como se recoge en un saludo cordial y pasear en lancha al calor del sol claro y brillante, sin una gota de smog. Pero invento una y otra excusa para no hacerlo. Tal vez como mi amigo exiliado en Suecia prefiero la maravilla de la ficción.

1 comentario:

konus dijo...

Que bien!!!.. otra Cristiana en la Blogia!!! :D

DTB!

Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...