domingo, agosto 29, 2004

He visto abatirse los árboles.

“¡Cómo han caído los valientes!.”

Siempre me ha impresionado sobremanera la vida de los derrotados. Esas vidas cercanas al desequilibrio o la aterrante soledad. Tal vez porque alguna vez transité ese camino de inferioridad y humillación, donde no sabes si cualquiera que pase a tu lado se sentirá con derecho a ofenderte sin que puedas replicarle, no porque seas incapaz de sentir rabia sino porque eres débil y cobarde.

Leí muchas veces la emblemática vida del rey Saúl, un hombre que lo tuvo todo, literalmente todo lo que cualquier hombre puede desear. Y en un instante límite, lo perdió. Como algunos dicen “en la hora de la verdad”, “ahí donde las papas queman”, “el minuto millonario”, “la hora de los quibos”, “la medianoche de los gallos”, en fin eso. Ese momento irrepetible donde se decide tu vida. Puede suceder cuando tienes 17 años, cuando estás en la plenitud o al borde de morir, pero alguna vez tendrás que enfrentarte cara a cara con la eternidad.

¿Por qué, me he preguntado muchas veces, sucedió así?
¿Fue el miedo que lo llevó a la obstinación?

He visto caer muchos árboles. Unos pequeños, de ramas débiles y secas, cortados para calentar alguna tarde de invierno. Su fuego arde breve, como su vida, breve. Otros grandes obstaculizan el sol y al caer lo hacen con estrépito, provocando un temblar en el suelo, despertando a los ancianos, asustando a los niños. Y otros, de raíces profundas, levantan las calles y amenazan la ciudad. Sus raíces expuestas a las miradas obscenas, gritan la caída y la vergüenza de su desnudez. Sangrantes, derrotados en medio del lugar, listos para que el camión que retira escombros se los lleve. Al verlos así, expuestos y desnudos, la piedad me estremece. Como me estremece leer a Saúl en su última batalla. Como un gran árbol donde se cobijaba todo un pueblo.

Alto, noble, hermoso; “y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó…”. El éxtasis de un día feliz. Ungido por los hombres. Ungido por Dios ¿cómo podía resultar algo mal?

Un hombre, un anciano judío, de vuelta de muchas alegrías y sufrimientos, muchos, muchos años después, nos daría su secreto para enfrentar la derrota: “…el mundo pasajero un día desaparecerá llevándose consigo las pasiones que en él hay. En cambio, a quienes hacen la voluntad de Dios les está reservado permanecer para siempre.” (Apóstol Juan)

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Gracias.

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