jueves, agosto 26, 2004

La mirada



Era tan bella como celosa. A los 31 todavía no se decidía a dar el sí, aun cuando había sido pretendida varias veces. Una desconfianza casi animal, le impedía cualquier relación duradera.

Conoció a F., un viudo, joven todavía. Sin hijos.

Lo que más le atrajo fueron sus ojos, verdes, levemente tristes, como si en ellos se reflejase un lejano paisaje del Sur, o así lo imaginó. Cuando se atrevía a mirarlos, una indefinible turbación la molestaba. Pero él era tan dulce y ella, bueno, ella (decían todos) “ya la estaba dejando el tren”.

Se casaron en un día alegre, con toda la familia (de los dos), como se acostumbra.
Todo iba bien, hasta el momento cuando ella se detenía en sus ojos. Él bajaba la mirada, como si escondiese un secreto. Los celos se instalaron en pleno. Y junto a los celos las insinuaciones, las palabras que hieren, el juego de las lágrimas. Él reía quietamente ante sus ataques, sin darles importancia y la abrazaba con suavidad.

Un día no resistió más. Exigiéndole que la mirara de frente, descubrió en esos verdes y tranquilos ojos la imagen de una mujer. Era muy hermosa y la contemplaba sonriente desde un paisaje que se imaginó era el Sur. Había visto alguna vez su retrato, hurgando una antigua cartera que él guardaba cuidadosamente.
Nunca pudo olvidar a la muerta, nunca lograría sacarla de aquel lugar. Cuando él miraba, era la otra, instalada en el verde inalterable; cuando pensaba, pensaba en la otra.

Los celos detonaron la locura.

Al día siguiente el titular de Las Últimas Noticias publicaba: Joven esposa deja ciego a su cónyuge.

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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...