Dentro de un mes morirá, mientras tramita su jubilación. El lugar donde debe firmar su finiquito quedará en blanco y los pasajes a la playa, comprados previamente para celebrar, los disfrutará su mujer con el nieto regalón.
En la negociación con el Ministerio espera lograr al final un 40% (contra el 30 que desean pagarle), porcentaje que nunca recibirán sus manos. Regresa cada día a casa, ignorando la bestia que le carcome las entrañas; ni siquiera presiente la tarde gris y lluviosa cuando lo lleven al Hospital, de donde no saldrá caminando.
Cumple cabalmente el horario, aún cuando sus pies hinchados apenas le resisten. Cada año de trabajo desarrolló algún dolor que no advirtió y sumados todos, el resultado da 30 días exactos.
Indudablemente, nadie ha realizado esta operación matemática para advertirle, o por lo menos que esté preparado. Ni el jefe (algunos dicen que es bastante soñador), ni el médico del servicio social -donde habitualmente controla sus achaques-, ha reparado en nada; no ha notado en su frente el signo ya determinado (tanto estudiar para ver tan poco).
Sólo yo lo sé, pero no puedo hablar. Según la ley que impera en la región, me han cortado la lengua por mentirosa.
sábado, junio 19, 2004
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