La niña descascara lentamente una pequeña mandarina. Luego me estira la mano con un pedazo. Ese olor delicioso revive un tiempo que no recuerdo, que no logro descifrar. ¿Cuándo olí las mandarinas por primera vez? Quizá en una lejana infancia. Y aun cuando no poseo muy buen olfato, definitivamente hay olores que nos vivifican.
El olor a mar.
La lluvia regando la tierra reseca.
Los cerezos en flor.
La tormenta con ese aire amenazante.
Un beso con pastillas de anís.
En fin… tantos.
Por estos días Richard Axel y Linda Buck recibieron el premio de la fundación Nóbel (2004) por descubrir que una familia de genes controla la producción de proteínas receptoras especializadas en el olfato. Estas proteínas permiten a los humanos reconocer hasta diez mil olores diferentes y recordarlos por el resto de sus vidas.
Con razón. Basta un pequeño olorcillo y nos remonta a mundos que creíamos olvidados. Y volvemos a soñar como en esa época pretérita, o nos sentimos niños otra vez, lo que no está mal.
Y tú ¿cuál aroma prefieres?
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