lunes, octubre 25, 2004

Romanticismo.

Javier era romántico.
Definitivamente sentimental y poeta.
Caminaba con un libro de tapas duras llamado “Antología de las mejores poesías para recitar” y aspiraba a la belleza y la libertad.
¡Ah! Y era incondicional de G. A. Bécquer.
Soñaba con una casa llena de rosas y una mujer hermosa que lo esperase cada tarde, que bordara manteles con las iniciales de sus nombres y, en lo posible, tocara el piano (y de paso, le diera buen sexo y algún dulcecito, según el manual de la perfecta casada ¡cielos!).

No tuvo suerte.
Ella sí tocaba el piano, pero terminaron divorciados a pesar de Mozart y Debussy.
Tal vez demasiadas flores y poca comida.
Tal vez el puro sentimiento no basta para la vida toda, no lo sé.

Sin embargo el romanticismo es más que poesía, flores y miriñaques en las enaguas o florcitas rococó, una imagen estereotipada que los medios han popularizado.
En realidad me cuesta un poco entender el romanticismo; ese potente movimiento innovador que se inició con Schiller y Heine, Wadsworth, Byron y Keats, Víctor Hugo, Espronceda y Bécquer.
El romanticismo coincide con las causas independentistas de los latinoamericanos y las apoyan. De hecho hubo escritores románticos por toda América.
La nostalgia, la exaltación del yo, la fuerza y el esplendor de la naturaleza, la búsqueda constante de la libertad y la reafirmación de la nacionalidad rompieron muchos moldes y algunos fueron injuriados por sus propios contemporáneos.

La persona romántica ama el amor. Un sentimiento exagerado, casi inexistente (tal vez digo mal, debería decir existente, pero difícil de hallar). Y, aunque la libertad no existe, la sueña como el bien más valioso que una persona pueda aspirar.
Ser romántico (a) revela la fragilidad humana, la ambición desesperada de lo absoluto, un deseo que jamás se satisface.

Claro está, en el mundo moderno, un romántico es como coleccionar sellos de correo, valiosos pero inservible para las necesidades diarias. Tanto mall, tanta moda, tanta modernidad, tanta multimedia, tanta tarjeta de crédito, tanta cuenta por pagar, no calza.

Todo se ha reducido a pesos, pesos y más pesos (o dólares, según).

Y sin embargo Javier (al que ya no frecuento), me enseñó la belleza y la poesía, bienes no utilitarios, pero imprescindibles.
Aun cuando no me considero romántica, sí busco la Presencia.
Y eso sí es intransable.




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Gracias.

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