sábado, octubre 09, 2004

Políticos (Cáp. Dos).

Cuenta la historia que la democracia nació en Grecia.
Y junto a ella la demagogia.
O sea, el arte de “engrupir”.
Pericles, famoso por establecer una “época de oro”, casi lleva a la ruina a Atenas, construyendo obras públicas con el dinero de otras ciudades o con dineros que no tenía (lo imitó un alcalde de Valparaíso que todos conocemos). Fue declarado gran estadista aun cuando llevó a la nación a la ruina y a la guerra. (La Historia es indulgente, sólo hay que buscar un buen historiador que nos auxilie).

El partido de los demagogos ganaba votos (tipos con buena labia, aduladores que emocionaban hasta a las piedras) discurseando contra de “desigualdad de oportunidades”, afirmando todo lo que las mayorías querían oír y construyendo obras vistosas en los lugares estratégicos. Obviamente con el dinero de los impuestos.

Recuerdo a una seguidilla de alcaldes que hermoseaban una Rotonda cada vez que se aproximaban las elecciones. Teníamos que sufrir enormes “tacos” y tiempos de espera para lograr atravesar ilesos el mentado lugar donde ahora se construye una estación del Metro. Ruego a Dios no resucite la moda de las Rotondas.

La demagogia necesita unos pocos ignorantes (ojalá educados en escuelas fiscales), algunos capitalistas soberbios que busquen aumentar sus caudales, unas buenas pancartas colocadas en las calles principales con esas vagas promesas que no dicen nada y entremedio algo “cultural”, tal vez unas cancioncillas pegajosas para amenizar el baile.

¿La justicia?
¿La equidad?
¿El bien común?
¿El trabajo?
¿El estudio?
Lo más bien, gracias, durmiendo en algún oscuro escritorio que nadie quiere tocar.

Total, las sirenas cantan taaan lindo.

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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...