miércoles, octubre 06, 2004

Oficina de Objetos Perdidos.

Debería existir (si es que no lo han inventado) una oficina donde permanezcan inalterables los recuerdos, la primera lágrima, la muñeca de cabeza rota y el oso de peluche destrozado por la centrífuga.
Un lugar donde guarden el primer amor y el perfume de los aromos.
El color de los lirios amarillos que se van muriendo.
El olor a las hojas de parra.
El sol arrebolado y los ojos de los peces cuando mueren.
La caricia de mi madre.
La música del viento Raco entre las casas.
El matiz tornasolado de las rosas.
Un poco de arena de la playa.
El sonido estridente del Maipo en invierno.
El tronar de los volcanes.
El sabor del primer beso.
Un canción de Bob Dylan.
Un poema de Frost.
El danza del picaflor sobre el abutilón.
El dolor de una caída.
El relincho del caballo.
La sangre derramada.

Miles y miles de objetos y sentimientos mezclados en un gran caleidoscopio, listos para ser usados por quien quiera.

O para recuperarlos en cualquier momento sin que medie tanto esfuerzo de la memoria.

Tal vez los lirios que se renuevan a la entrada de mi hogar en cada primavera son los mismos que Jesús miró en un lejano día del oriente medio y comparó con la gloria de Salomón. Y su color resplandeciente se guarda para que vuelvan el año próximo y el otro... y el otro...


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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...