Había aprendido a leer "de corrido" y todas las noches leía en voz alta el sueño de esa ciudad sin puertas ni murallas donde “el lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja.”
Mi madre escuchaba absorta la lectura, era la mejor hora del día. En aquella ciudad no había cárcel ni hospitales, mucho menos cementerios. Tampoco habría maestros que castigaran con el puntero sobre las manos ateridas o con la varilla en las piernas porque nos equivocamos en gimnasia. Mamá pedía siempre que le repitiera a Isaías, el poeta, especialmente: “Construirán casas y las habitarán, plantarán también viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque como los días de un árbol, así serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán de la obra de sus manos. No trabajarán en vano, ni darán a luz para desgracia, porque son la simiente de los benditos del Señor, ellos, y sus vástagos con ellos. Y sucederá que antes que ellos clamen, yo responderé; aún estarán hablando, y yo habré oído. El lobo y el cordero pacerán juntos, y el león, como el buey, comerá paja, y para la serpiente el polvo será su alimento.”
Cuando cerraba la Palabra, mamá dormía, descansando de tanto trabajo. Yo la arropaba y luego hojeaba alguna revista de caricaturas, el Pájaro Loco, la Pequeña Lulú o algún ajado Condorito que la amable amiga Julia me prestaba. Tirada en la alfombra, a la luz de una pequeña ampolleta, las caricaturas vivían confundidas con lobos y corderos, con casas hermosas y un cielo luminoso.
Aún sueño con esa ciudad, no tiene puertas ni murallas y la Justicia la gobierna. Como en aquellos días, me duermo sobre las páginas del poeta, repitiendo sus palabras hasta que me duermo, cansada del trabajo cotidiano.
martes, junio 22, 2004
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