Como ya te habrás dado cuenta, creo en Dios.
No en una entidad medio kafkiana, allá lejos en algún cielo sempiterno e inalcanzable. Creo en un Dios que de alguna manera desea comunicarse con las personas.
De otra manera ¿para qué nos crearía?
¿Para dejarnos vagar por la historia, sujetos a nuestras propias pasiones e incertidumbres?
Creo en un Dios bueno.
Es en esa bondad que Él afirma: “Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo.”
Habló Dios a Noé, a Abraham, a Moisés, a David, a Salomón, a Pablo… y a mi abuela Juana. Habló con ellos y por medio de ellos.
Creo que Dios habla hoy por medio de esa Palabra “inspirada” (respirada, infundida, influída, iluminada) que nos dejó.
¿Por qué no abrir el Libro y conocerle si Él desea nuestro bien?
Hay una bendición especial para el que lee.
Favor, mira en Apocalipsis 1: 3 “Bendito el que lee esta profecía y benditos los que la escuchan y la guardan, porque la hora de su cumplimiento ya está cerca”.
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