viernes, junio 04, 2004

Valdivia.

A diferencia de don Diego “el Adelantado”, Pedro de Valdivia descendía de una familia de hidalgos, tuvo educación esmerada y quiso ser militar no en un afán de aventura. Eso definió su empresa. El lucro fue su segunda pretensión. La primera: su nombre en la posteridad. Años más tarde (ya establecido en Santiago, le escribe al rey contándole las enormes dificultades que pasó para llegar al centro de Chile y la bravura de los aborígenes de estas tierras. Le explica que seguirá viviendo aquí “para dejar memoria y fama de mí”.
“Loco”, fue lo más suave que le dijeron sus amigos en Perú cuando pidió permiso a Francisco Pizarro y empeñó todos sus bienes para la marcha hacia Chile.
Nadie quería acompañarlo en tamaña empresa, donde el oro brillaba por su ausencia.
Sin embargo don Pedro no se amedrentó. Invirtió su fortuna personal y su nombre para animar a algunos de sus amigos para cruzar un desierto de más 800 kms., hielo de noche, fuego de día. A patitas los sirvientes. A caballo los que tenían uno. Además con víveres, pertrechos y otros adminículos propios de la época.
Con toda la riqueza adquirida en el Perú podría haber vivido como millonario en Europa. Sin embargo el afán de gloria lo empujó hacia el sur. Formar una nación, un pueblo en el fin del mundo. Un pueblo que llevara su rostro y su lenguaje; que impulsara a sus descendientes a otras empresas más australes.
Según los historiadores, el símbolo de su expedición son las semillas, los animales domésticos y otros accesorios que acarrearon con grandes sacrificios para establecerse en este lugar. A diferencia de los otros conquistadores, Valdivia no buscó el oro (de hecho murió endeudado) sino forjó una raza. Y en ese afán murió.
Una singularidad: su amor por esta tierra, amor que creció mientras la conocía.

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