A la luz de los últimos descubrimientos sicológicos, jamás voy a terminar de agradecer a mi madre su gran bondad con Luis, el bebedor consuetudinario que vino a nuestra casa para venderle la más bella edición (canto dorado y papel biblia) de los cuentos de Oscar Wilde y Otelo de Shakespeare.
“Para la niña” (esa era yo), dijo el ebrio, en el intenso deseo de la sed. Ella le alargó unas monedas y yo me quedé con el mundo de El príncipe Feliz.
Así inicié el camino sin retorno. Apenas sabía juntar las letras y de Otelo no comprendí nada de nada. Esos sentimientos excéntricos y terribles me sonaban a seres lejanos, casi al límite de la locura. La verdad es que todavía los celos son un sentimiento desconocido para mí.
Hoy descubro en varios estudios de psicología del aprendizaje que los niños se forman casi por completo antes de los 10 años, edad de la maduración del cerebro. De ahí la responsabilidad de cada adulto cuando se le cruce un niño por delante.
He escuchado las más banales preguntas a los menores.
- Y Rosita ¿estas pololeando? (La Rosita apenas apunta a los 6)
- Jaimito ¿Quién te gusta de tu curso? (Jaimito no se ha planteado ese problema filosófico aún)
Y después los adultos tenemos el descaro de quejarnos porque los jóvenes no leen, que este es un país de ignorantes, que ya no se puede editar libros porque nadie compra y otras lindezas semejantes.
Si un padre o una madre no se ha sentado con sus hijos a leerles aunque sea El Condorito, ¿con qué ropa se atreve a reclamarles si tienen déficit de aprendizaje?
Te preguntas por qué tanta historia con la lectura. Es que estoy aburrida. Aburrida de oír palabras mal usadas, reclamos infundados y locutores avergonzando a los estudiantes en todos los medios de comunicación, sin que nadie asuma alguna responsabilidad. Todos pretenden que seamos un país culto, ético y tolerante. Pero nadie admite que todo eso pasa por educar “antes de los diez años”. Y eso es un trabajo largo que requiere paciencia.
Cuando se cruce algún peque en mi camino,prometo que no le haré las típicas preguntas idiotas, sino hablaré seriamente con él o ella del mundo del Príncipe Feliz. Tal vez pueda ayudarle a que descubra la maravilla del lenguaje.
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