jueves, mayo 27, 2004

Augusto.

Nunca te perdonaré.
Quisiera verte muerto.

Si creyera en el infierno, no hallaría mejor lugar para tu cara tenebrosa,
tus manos huesudas y tu voz socarrona.
Que te achicharres en el fuego, si existiera
Que te congeles en el hielo, como sea.

¡Ah!, detestable Augusto, si mi odio pudiera alcanzarte
a manera de aguda espada
la enviaría directa a tu corazón

No.No basta tu muerte.

Que tu cuerpo se pudra en las mazmorras que inventaste,
que tu lengua se consuma en el desierto,
que tus hijos perezcan en el Gehena,
que a tu mujer se le seque el lagrimal.

Entrando al hermosísimo templo de tu Jano
un rayo del cielo destruya tus estatuas;
cuando te incorpores al Senado para dominar la Roma que inventaste
censuren indignados tu hipócrita retórica.
Que Lucio Murena se levante de su tumba
como un ánima transite tu palacio;
Fabio Cepión te busque desesperando tus últimos quejidos,
y el terror de todos tus muertos se inserte
en cada célula de tu alma, si algo de alma te queda todavía.
De la admirable Roma hermoseada con la sangre disidente
no quede piedra sobre piedra
cubierta de olvido por todas las edades.

No te deseo mal, Augusto soberano,
es justicia que expíes la mentira de tus actos,
si creyera en los dioses (que no creo)
aullaría al cielo mi venganza.
Ojo por ojo, diente por diente
vida por vida.
Faltarían días a tus años para devolver
la paz a estos huesos arruinados
y el orden al universo.

Cuando la bella Roma sea polvo
cuando te atormente el perpetuo sufrimiento
yo, la madre del hijo torturado
seguiré palpitando en el grito que traspasa las edades.

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Gracias.

Todavía no nos reponemos de una y viene otra, como una ola de imágenes que nos arrastran a la angustia y la consternación. Se nos mueve el p...