Quería darle una lección. Quería que su hija abandonara ese maldito vicio de Internet. Con gran esfuerzo se matriculó en un curso para aprender a navegar y demostrarle que una puede controlar la máquina y no viceversa. Aprendió rápido a pesar de sus cuarenta. Claro, jamás podría competir con su hija de quince.
Recorrió cada Ciber Café de la ciudad. Se familiarizó con todos los buscadores; supo de los los chat, los blogs, el interminable idioma del ciberespacio. Google le brindó todos sus mecanismos; nada le fue vedado. Aprendió que el tiempo se detiene en las palabras y una buena plática te provoca mariposas en el vientre y que puedes reír, amar y soñar de nuevo.
La hija le reprochaba su tardanza por las noches. . A veces llegaba al amanecer, borracha de palabras y de imágenes. Nada podía detenerla.
Un día simplemente no volvió.
Dicen que se la tragó el ordenador.
¿Y su hija?
Aprendió la lección, jamás ha vuelto a sentarse frente a un computador; todas las tardes vigila el camino que asciende hacia su casa, esperando la perdida madre.
(Caso real sucedido en China)
miércoles, mayo 12, 2004
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