Pocos me creen que no veo tele.
Me preguntan con cara de asombro: "pero, ¿nada de nada?"
Nada de nada, les contesto, entre divertida y molesta.
¿Tan poco creíble soy?
Lo digo aquí y no lo voy a repetir. No veo televisión.
Voluntariamente.
Nadie me ha presionado, nadie me coarta, nadie me paga, no estoy adherida a ningún movimiento extraño contra la tv., ni ha alguna secta secreta. Ni me inscribí en el experimento que hizo El Mercurio la semana pasada.
Tampoco es que no me agrade. Sí, algunas cosas me gustan, no todas, por supuesto. Pero vo-lun-ta-ria-men-te he decidido abandonarla, durante seis meses.
Así es que, como me he limpiado de imágenes, estoy llena de palabras. Leo más de lo habitual. Me ha enriquecido dedicar tiempo a la Historia de la Iglesia, a las Escrituras, un poco a los poetas japoneses y chinos, a algunos ingleses, en fin, mi tiempo está empleado con más variedad. Por favor, no es ni un sacrificio. Todo lo contrario, es un placer descubrir un haiku; conversar sobre la fe, orar con más calma. Cantar con Al Green o con Marvin Sapp.
No pretendo hacer una apología contra la tv. Por el contrario, saturada de ella pude descubrir la belleza de otras cosas. Cada persona tiene su propio proceso.
Y para vanagloriarme (Dios remedie mi vanidad inmortal), un aviso: me leen en el extranjero. No muchos, todavía no soy taaan conocida, pero ese lector (bendito lector), justifica, al igual que tú, el tiempo empleado en escribir y el desgaste de mi trabajólica neurona literaria.
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