lunes, mayo 03, 2004

Soy la reina de las calles sin salida

En el Imperio Romano se acuñó aquel célebre refrán: “Todos los caminos llegan a Roma”, sugiriendo que el imperio era tan amplio, poderoso y bien organizado que, aun cuando un viajero estuviese en un extremo o en otro, habría un camino para llegar a su capital.
Claro que ellos no me conocían. Especialmente cuando conduzco. Basta que se me ocurra tomar otra ruta (una lo hace para desterrar la monotonía), cuando aparece el letrero famoso, como una burda encerrona. CALLE SIN SALIDA. Y para concluir, con letras pequeñas: Sólo Residentes. Es claro que los romanos no inventaron la circulación moderna, con sus miles de vericuetos para hacer sufrir a los conductores.

Estoy convencida que los ingenieros de tránsito son una organización de conspiradores. No importa ni la invención de la rueda, ni el desarrollo del comercio, ni los doctorados en Chicago y Harvard, la cuestión maquivélica es: que suframos. Señales que no se ven, letreros luminosos que no encienden a la hora que deberían iluminar; cambios sin aviso, horarios diferidos apenas anunciados, mejor no hablamos de las calles sin salida ni las calles enrejadas por los propios residentes, con un guardia tipo bull-dog en una garita. Los hoyos eternos, como trampas disimuladas por un relleno de tierra o un letrero medio botado por algún vándalo que nunca falta. En fin, estamos forzados a lo que tan lindamente llaman: desincentivar el uso del automóvil. Y ¿para qué los inventaron, los importaron, nos cobraron derechos y permisos? ¿Para tenerlos guardados debajo de un nylon todo entierrado y dejar nuestros pies en micros malolientes e inmundas con toda suerte de basura?

Dime si no es para llorar.

Para rematar su “buena voluntad”, nos anuncian que habrá peajes en diversas rutas importantes, dentro de la ciudad. Y lo más paradójico, hay personas que aplauden estas medidas, absolutamente discriminatorias del indefenso ciudadano común y silvestre que no tiene ni el sacrosanto “derecho a pataleo”.
¿Le estoy poniendo mucho? Nada, esto no es ni una mínima muestra de la realidad. Invito al valiente que se atreva, a tomar una 376, una 676, una 427, 428, 701, 655, 637, etc. A las 18 horas en el paradero cuatro o cinco de V. Mackenna, si es que se logra subir. Colgando en la pisadera he viajado. De pie hasta que se descalabran los huesos de las rodillas. Y eso le sucede todos los días a cada trabajador. He visto los hombres agredidos, sangrando; he visto las chicas a punto de llorar de malestar. Así es que no vengan a decirnos que no debemos aspirar a un insignificante Fiat 600, por lo menos.
Perdona, es que a veces también se me termina la paciencia.
¿Qué saco con esta chiripiorca?
Nada, probablemente.
Pero alguna vez alguien leerá estas palabras y se dará cuenta que no todo fue jauja, como algunos promueven. Que hubo personas de carne y hueso que jamás aparecieron en los periódicos o la tv y que sí soportaron las “bondades” del sistema.

Realmente, era mejor el Imperio Romano. Con Julio César, Calígula y Nerón incluidos.

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Gracias.

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